HOY EMPIEZA TODO
En http://www.miradas.net/0204/estudios/2003/08_losnoventa/hoyempieza.html
(Ça Commence Ajourd d'Hui, 1999. Bertrand Tavernier) 400,000,000 de golpes
«Yo soy director de cine, no soy quien tiene las soluciones. Sólo puedo mostrar las cosas que me duelen, que me perturban, que me impactan... Puedo filmarlas, iluminar ciertas cosas... y cuando se hace eso, uno espera obtener resultados» (1).(Ça Commence Ajourd d'Hui, 1999. Bertrand Tavernier) 400,000,000 de golpes
Una década de cine francés
Tengo que reconocer que si me obligaran a decidirme por la figura cinematográfica por excelencia del cine francés de los noventa nombraría sin pensármelo al cineasta Bertrand Tavernier. Y realmente no me importaría no sopesar ni a los nuevos enfant terribles cómo Mathieu Kassovitz o Francois Ozon, a las viejos maestros cómo Claude Chabrol, Jean-Luc Godard, Claude Lelouch o Eric Rohmer, o a figuras emergentes cómo André Téchiné, Erick Zonca, Robert Guédiguian, Frédéric Fonteyne o Laurent Cantet. Al margen de la alta calidad de los films de los aquí nombrados, me siento hechizado por cómo Bertrand Tavernier ha sabido reconducir su cine de aspecto algo anacrónico e intelectual -lo que ojo, no significa que sean malos films en absoluto, por ejemplo, películas cómo El relojero de Saint-Paul (L'Horlogler de Saint-Paul, 1973) o Un domingo en el campo (Un dimanche à la campagne, 1984) son buenas obras, pero aún muestran un Tavernier embrionario, demasiado preocupado por afianzar sus postulados teórico-cinematográficos que llevaba años defendiendo en revistas tan antitéticas cómo Postif o Cahiers du Cinema en los setenta y ochenta –con las consabidas excepciones de dos pequeñas joyas alejadas de todo lo común cómo son La muerte en directo (Mort en Direct, 1979) y Coup de Torchon (Ídem, 1981), que también tienen sus detractores–, aunque de indudable belleza narrativa y plástica, y ha sabido encarar los noventa con una madurez ya no envidiable, si no asombrosa.Desde que en 1989 Tavernier rodara uno de sus mejores y más conmovedores films, La vida y nada más (La vie et rien d'autre), de la mano de su actor fetiche hasta la fecha, Phillipe Noiret –que sólo volvería a coincidir con el realizador en la infravalorada, machacada y repudiada La hija de D'Artagnan (La fille de D'Artagnan, 1994)– y que habría así una trilogía que completarían las magníficas Capitán Conán (Le Capitaine Conan, 1996) y Salvoconducto (Laissez-passer, 2002) (a mi juicio, sus tres mejores films, incluso por encima de Hoy empieza todo). Entretanto Tavernier rodaría tres miradas internas a la sociedad actual francesa, preferentemente la marginal, a través de un policía que recorre los barrios más pobres de la ciudad, L-627 (Ídem, 1992), una crónica de la juventud de los noventa totalmente descarnada, La carnaza (L'appât, 1995), y un retrato del funcionamiento de las guarderías públicas en los barrios pobres del norte de Francia en la que hoy nos toca: Hoy empieza todo. Seis películas magníficas, que vendrían intercaladas entre la irregular y algo impávida Daddy Nostalgie (Ídem, 1990), y el simpático film de aventuras La hija de D'Artagnan, que sitúan a este crítico reconvertido en realizador, en la doble vertiente de cineasta talentoso tanto en la ficción cómo en la aproximación a la realidad.
Es curioso cómo los cineastas franceses de la actualidad, saben acercarse con mucho más cuidado y sinceridad al realismo social de su país, mientras que directores cómo Ken Loach o Stephen Frears, hayan sucumbido en sus últimos films a un tremendismo fuera de lugar, que entorpece tanto el ritmo como la veracidad de la obra. Téchiné con su Alice y Martin (Alice et Martin, 1997), Cantet con sus Recursos humanos (Ressorces Humaines, 1999), Zonca con su La vida soñada de los ángeles (La vie rêveé des anges, 1998), Jean Marc Barr con Lovers (Ídem, 1999), Guédiguian con La ciudad está tranquila (La Ville est Tranquile, 2000) o el mismo Tavernier con L-627 son un buen puñado de ejemplos de coherencia cinematográfica. Obras sinceras, lo menos subrayadas posibles, desviando la mirada de la lágrima o de la simple y vana compasión. Son películas muy duras que le niegan reposo al espectador, están afiladas cómo cuchillas y no permiten que se caiga en la autocomplacencia del lloro fácil. En Hoy empieza todo tras la muerte de Laetitia, su madre y su hermano pequeño, Tavernier sólo nos lleva en un acelerado travelling al interior de la casa, recorre el lugar de la tormenta y se marcha... el dolor es tan real que casi ni se puede filmar. El plano que contiene a Lefevbre y al padre de la familia que se ha quedado solo frente a la tumba sin lápida de las tres personas fallecidas vale más que todas las palabras, gritos, sollozos y alaridos que cualquier cineasta artesanal hollywoodiense pudiera utilizar.
Empezando día a día, todos los días
Daniel Lefevbre (Phillipe Torreton, sobresaliente, insaciable, qué más da interpretar a un policía de los barrios bajos, a un capitán de la 1ª Guerra Mundial o a un profesor de parvulario, Torreton con la fuerza de un DeNiro o, si tiramos para casa, de un Bardem, además de servir de alter ego a Tavernier, arrastra toda la película bajo sus hombros sin que esta se resista un solo momento) es el director de un parvulario de acogida en uno de los barrios con más índices de paro del norte de Francia. Cada día ocurren nuevas desgracias y cada día hay que empezar de nuevo: padres que no llevan sus hijos al parvulario, madres alcohólicas, agresiones físicas, niños malcomidos viviendo sin luz ni gas, una asistencia social inexistente, políticos despreocupados (ya sean de izquierdas o de derechas), delincuencia juvenil, delincuencia infantil, incestos... en fin, un panorama casi tan ensombrecedor cómo los campos de cadáveres que recorría el mismo Torreton en Capitán Conán. Tavernier hace una foto en un momento concreto de este parvulario, de tal manera que Hoy empieza a todo no es una historia con principio y fin, al igual que en Los lunes al sol de Fernando León de Aranoa es un momento concreto de una gente concreta, que puestos a pensar, cuesta imaginar el principio (anteriormente la zona había sido más próspera y todo el mundo tenía trabajo) y, sobretodo, resulta imposible imaginar un final.El pueblo obrero en Francia está tan desesperado que ya se ha resignado en confiar en ningún político que les pueda salvar. La izquierda es casi inexistente y el neofascismo de la mano del –me ahorro el adjetivo– Le Pen, va subiendo puestos precisamente entre los más necesitados, aferrándose ya no a un clavo ardiendo, si no a la propia llama. Cuando Lefevbre va a discutir con el alcalde comunista de la ciudad, sólo se encuentra a un escéptico al que le importan ya poco los problemas, alegando que tiene demasiados, y resulta casi tan horripilante, cómo cuando el inspector visita la escuela y sólo pone pegas didácticas cómo que Lefevbre se mueve demasiado entre los niños, y le recrimina el que no haya querido acoger a dos niños más. Lefevbre le replica que no puede cogerles por que su propia ley lo exige, y el inspector le dice, que lo que importa es su propia imagen, que está deteriorada... Un diálogo de besugos que hace patente la total estupidez que impera en ese mundo, por desgracia, realista que filma Tavernier (2).
Para mantenerse lo más cercano a la historia y respetar al máximo su realismo, Tavernier optó por combinar actores con personajes reales (sobre todo los niños y los padres de los mismos), así cómo filmar en decorados naturales, y contar historias nacidas de las propias vivencias del guionista del film y profesor del centro Dominique Sampiero. El resultado es una mezcla, aunque parezca imposible, esperanzadora y amarga a la par, que compagina lo peor y lo mejor que se puede hallar en las calles. Si la muerte de la familia de Laetitia enfoca la desgracia, la fiesta final con las botellas llenas de colores y la orquesta tocando, sirve para contraponer algo de esperanza y sonrisa en medio de tanta miseria. Tavernier pasea la cámara con gusto, rueda sus habituales y cada vez más sofisticadas tomas largas (los planos secuencia de Salvoconducto son de un verdadero placer visual, y nada tienen que envidiar de los realizados por cineastas como Martin Scorsese o Brian DePalma), y mantiene un aspecto ágil en lo festivo y más sereno en las conversaciones que compensan la acción. Es cierto que las dos vías de narración que posee Hoy empieza todo, la del propio parvulario y la de la familia de Lefevbre, andan algo descompensadas, aunque se apoyan bastante bien la una sobre la otra –cf. el padre de Lefevbre golpeaba a este de pequeño, su hijastro propicia que haya un robo en el parvulario...– y van unidas por la voz en off del protagonista leyendo los poemas que escribe y que hacen referencia tanto a la familia, como al amor, como al trabajo y a la vida.(3)
Hoy empieza a todo sirvió en su estreno para remover un poco la conciencia nacional patria y muchos educadores aprovecharon el film para levantar la voz y quejarse sobre el deficiente sistema de ayuda social del gobierno francés. Tavernier tiene razón cuando indica que el no puede hacer nada más de lo que ha hecho ya: una película denuncia, que complace tanto a la realidad social cómo a los amantes del cine, pues nunca Tavernier renuncia a los valores estéticos del film en función de la historia, si no que engranaje y mecanismo funcionan sincronizados para obtener un resultado lo máximo de favorable. Hay que aplaudir la sinceridad de Tavernier al no convertir el film en un panfleto político y por el hecho de convertir un argumento basado en hechos reales en una ficción, que incluso se podría considerar atenuada (ya saben, la realidad siempre supera con creces a la ficción), para reflejar un problema muy serio, que aunque se sitúe en el norte de Francia, se podría hacer extensivo a todos los países del mundo.
(1) Betrand Tavernier dirigiéndose al público en el primer pase de Hoy empieza todo. El público estaba formado tanto por la gente que colaboró en la película como los habitantes del barrio donde se rodó, incluida la gente del parvulario -al que posteriormente bautizaron con el nombre del realizador francés- y la imagen fue recogida por Nicolas Baulieu en su documental Todo empieza cómo una película (Ça commence comme un film, 1998).
(2) En el mismo documental (1), en una escena gemela de la de la película (pero sin la exasperación de Lefevbre), el actor Phillipe Torreton va ha hablar con el alcalde real de la ciudad, y bueno, mantienen una conversación en la que el alcalde parece leer un guión de los hermanos Wachowsky sobre cómo "la energía negativa a pasado a ser energía positiva".
(3) Algo que molestaba a mi compañero Alejandro Díaz y así lo reflejo en su excelente artículo sobre el film en el estudio que le dedicó Miradas de Cine a Bertrand Tavernier.
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